Sombra y Luz de Erasmo en España

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No podemos dejar a los grandes clérigos españoles sin evocar la sarcástica y poderosa sombra del holandés Erasmo, príncipe de los humanistas.

Curioso destino el de este hijo natural, en manos de tutores que le arruinan, ingresado en las órdenes, liberado después por el papa de sus votos monásticos, viajero de las grandes capitales intelectuales de Europa París, Oxford, Bolonia, consejero intimo de Carlos V y que acaba en Basilea, patria de la tolerancia religiosa. Cuando Erasmo, pasada la cuarentena, publica en Inglaterra el Elogio de la locura, ¿quién puede pensar que su mensaje va a desencadenar las pasiones y a llevar a los hombres a la hoguera?

Diez años después, Erasmo publica Novum Instrumentum. Sin abandonar el modo irónico, ahora se enfrenta con los grandes problemas. «La filosofía de Cristo dice debe ser vivida y no argumentada.» Su libro tiene un gran éxito en España, especialmente en el medio de la catedral de Palencia. Les gustaría conocer a ese escritor audaz e inteligente que pone el humanismo al servicio de la religión. Le invitan desde todas partes de España.

El propio Cisneros, regente de Castilla, une sus instancias a las de los letrados españoles. Pero Erasmo, que acaba de ser nombrado consejero particular del príncipe Carlos de Gante, vacila. No le atrae esa corte de España que él imagina desdeñosa y, frívola a la vez. Recibe en Lovaina la visita de Hernando Colón, hijo del ilustre navegante, y le da a entender discretamente que prefiere aplazar su viaje a España.

En las universidades españolas va aumentando la influencia de Erasmo, principalmente en la de Sevilla. El erasmismo se pone de moda. Se es «erasmista», Los escritos del holandés alcanzan gran difusión. Parece que el erasmismo va a aclimatarse en España. Pero, de pronto, el papa lanza una bula de excomunión contra el fraile Lutero. El agustino tira al fuego, en la plaza pública de Wittenberg, el decreto pontificio. Ha nacido el luteranismo. ¿Alcanzarán a Erasmo las llamas sacrílegas de la ciudad prusiana?

¿Qué va a ser de los fervientes adeptos de Erasmo: del arzobispo Fonseca, el hermano Alfonso de Virués, Juan de Vergara y tantos otros? La Inquisición persigue a los erasmistas notorios, mientras Diego de Zúñiga lanza su alegato Blasfemia e impiedad.

Erasmo le contesta con habilidad y talento. No ha mucho que publicó e hizo traducir al español su Enchiridion. No tiene nada que añadir. Las dos armas del caballero cristiano son la oración y el conocimiento de la ley divina. La oración es un vuelo del corazón acompañado de actos de caridad. La superstición no es la religión. Hay que elevarse de la carne al espíritu, de lo visible a lo invisible. Los malos sacerdotes son legión.

En sus Coloquios, aparecidos en plena crisis religiosa, pinta Erasmo agudamente las costumbres de su tiempo. Pero no se limita a burlarse de las hospederías alemanas. La toma también con los frailes mendicantes, sobre todo con los franciscanos. Y su opúsculo sobre la Preparación para la muerte demuestra sus preocupaciones religiosas. ¡No torturéis a los moribundos con interminables confesiones! Basta que repitan las últimas palabras de Jesús en la cruz: «In manus tuas, Domine, comendo spiritum meum».

A primera vista, nada de esto parece heterodoxo. El erasmismo no habría pasado de una simple controversia intelectual, si, después de condenado Lutero, no se hubieran adherido a la herejía los amigos del holandés. Un hecho más grave aún: los alumbrados ya veremos, al tratar de los místicos, el papel que desempeñó esta extraña secta se acogieron a su vez a Erasmo.

La cosa iba resultando seria. Tanto, que fue llevada ante un tribunal reunido expresamente en Valladolid. A las seis semanas de discusión parece que el padre Vitoria ejerció una influencia moderadora, la asamblea condenó las ediciones de Erasmo en castellano y ordenó que fueran expurgados sus escritos en latín. Durante mucho tiempo, hasta después de muerto Erasmo, y a pesar de la vigilancia de la Inquisición, traducida en algunos ejemplares autos de fe, continuó la guerrilla entre los clérigos que no cejaban en su admiración al holandés y los frailes defensores de la tradición.

Pero, entre el retiro de Carlos V en Yuste y la clausura del Concilio de Trento, el clima espiritual de España entra en una nueva fase. El sueño del César español reconciliar a los protestantes con los católicos se disuelve en la sangre de Mühlberg. Sube al trono Felipe II. Este rey acabará con la herejía. El nombre de Erasmo, ya que no su pensamiento, se va esfumando poco a poco.

Y, sin embargo, tan fulgurante es el pensamiento de este hombre extraordinario, que, incluso bajo el reinado de Felipe II, el erasmismo sobrevivió a Erasmo. Los grandes clérigos de la Contrarreforma no pueden olvidar el Enchiridion ni los Coloquios. Un Fray Luis de León, acaso un San Juan de la Cruz ¡con qué acentos tan cáusticos fustiga el carmelita a los falsos devotos! gustaron de la obra del holandés.

En la misma corte del Rey Prudente, los últimos resplandores del pensamiento erasmiano espejean aún por algún tiempo en las mesas de pórfido de la biblioteca del Escorial. Y Felipe II elige precisamente a Arias Montano para traducir la llamada Biblia Poliglota.

Este profesor de lenguas orientales del monasterio real, ya conocido por sus intervenciones en el Concilio de Trento y por sus trabajos históricos, desdeña a los escolásticos, se refiere al Antiguo Testamento, no le arredra abordar, en su Historia Natural, las riberas de la Ciencia pura. Vasta erudición, métodos nuevos, intento de evasión hacia más amplios horizontes intelectuales, gusto casi religión del humanismo, vulgarización de la Biblia: condiciones muy suficientes para considerar al sabio Arias Montano muy cerca de Erasmo.

Bien fuera por prudencia o por escrúpulo, Erasmo no optó jamás entre Lutero y Roma. Su cristianismo, fundado en la salvación por la fe en Jesucristo, está evidentemente muy lejos del catolicismo español. Pues la religión de Erasmo, liberada, tal como él la entiende, del formalismo y de la armazón eclesiástica, no es sino un acto individual y anárquico, un coloquio con Dios.

Está desprovista de ese carácter universal, jerárquico y comunal en el que radica precisamente la fuerza de la Iglesia. La religión de Erasmo, sencilla, atrayente, fácil, en fin, no podía satisfacer a la España católica, invenciblemente inclinada a una forma de fe torturante y compleja.

La presencia espiritual de Erasmo en la Península durante medio siglo está ligada al advenimiento de Carlos V. La nueva España, que lleva muy poco tiempo liberada de los moros, puede, por fin, apartar sus ojos de África y mirar hacia el Norte, de donde le llega un emperador. Su entusiasmo por Erasmo es un fenómeno de atracción.

Pero en la obra del holandés hay además un ideal de fe individual, una llamada al mundo interior que sedujo a los primeros místicos. ¡Qué tentación para los nuevos conversos, en su mayor parte de origen judío o árabe, acechados por el iluminismo, ese filósofo extranjero que preconiza la libertad cristiana y el abandono a la inspiración divina! ¿Para qué la disciplina moral y el dogma, si basta la oración para sentirse inundado de la presencia divina? El frío pensamiento nórdico enlaza así con viejísimos temas orientales.

Erasmo atrajo a los humanistas, a los hombres de la cultura y del espíritu, mientras que se levantaron contra él los escolásticos aferrados a la tradición y los frailes de los que él se burlaba «monachatus non est pietas». Pero ese magnífico erudito, que escribía indistintamente en griego y en latín y reivindicaba las obras maestras de la antigüedad; ese seductor virtuoso nos recuerda a Prisciliano, si hace una obra útil depurando el gusto artístico y literario de la Europa del Norte, no podía, en cambio, conquistar a España.

La libertad religiosa hubiera significado el derrumbamiento de la unidad española, tan duramente conquistada y cimentada, frágilmente aún, por la ortodoxia católica. Además, el erasmismo era contrario a la mentalidad del pueblo español, iletrado, pero impregnado de tradiciones medievales, fiel a aquel fondo «cristiano viejo» inseparable de su naturaleza, poco apto para los torneos del espíritu, que apenas le interesaban.

Por último, el tono a veces cáustico y burlón de Erasmo, su ironía chispeante dos siglos y medio antes de Voltaire y su risa un poco sarcástica sonaban mal en el tiempo en que reinaba en El Escorial el rey taciturno. La ironía tenía menos posibilidades que nunca de ganar a la España exaltada del siglo xvI. Al contrario, los revolucionarios del Siglo de Oro representaban una mayor rigidez de las disciplinas monásticas.

La palabra de Erasmo guirnalda pirotécnica en el cielo de Sevilla, si bien fue recogida y saboreada con complacencia por ciertos «intelectuales» refinados, no desvió un solo instante de su camino inexorable a los grandes eclesiásticos de la Contrarreforma.

Seguramente Erasmo presentía todo esto y sentía el peligro cuando declinó cortésmente la invitación del cardenal Cisneros, regente de Castilla, primado de España y Gran Inquisidor.