«No una Dictadura: una Jerarquia»

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El 20 de mayo de 1939, el ejército victorioso desfila por las calles de Madrid. El 18 de octubre se instala en la capital el gobierno de Franco. ¿Cómo y con qué conceptos se propone gobernar el Generalísimo? En 1937 hace a un corresponsal de la United Press unas declaraciones.

En ellas anuncia que aplicará las fórmulas corporativas y acabará con las instituciones liberales que han envenenado al pueblo; que respetará las reglas jurídicas, favorecerá el culto a la patria, la justicia social, la protección a las clases medias y trabajadoras, inspirándose en la experiencia de Alemania y de Italia, pero adaptándola a las características nacionales.

Pasados veinte años, Franco declara a un periodista de Le Figaro que el régimen por é representado se inspira y se basa exclusivamente en la historia de España, en sus tradiciones, en sus instituciones, en su alma, fuentes añade perdidas o contaminadas por el liberalismo, y a este olvido de las necesidades del alma española achaca la decadencia del país.

Entre estas dos declaraciones de principio, Franco da una estructura política al nuevo Estado español. Es la constitución del 18 de julio de 1942, precedida de una definición lapidaria del Generalísimo: «España no es un Estado dictatorial, sino una jerarquía.»

Esta jerarquía la encarnan las Cortes, organismo consultivo compuesto de procuradores nombrados por el gobierno o elegidos por las diversas corporaciones culturales o económicas, en lo que Franco se basa para decir que las decisiones nacionales no emanan de la cúspide de la pirámide, sino de la base, ya que la voz del pueblo se expresa a través de los organismos nacionales: familia, municipio, sindicato, corporaciones profesionales.

En diversas ocasiones, Franco niega que él sea un dictador, alegando que la constitución española le asigna menos prerrogativas que las que la constitución americana otorga al presidente de los Estados Unidos. Pero su sentimiento sobre las instituciones democráticas permanece invariable y nunca hallará palabras lo bastante duras para anatematizar los sistemas políticos fundados en las asambleas parlamentarias y en el juego de los partidos.

La Falange da el tono al régimen. Es la que inventa y difunde fórmulas como éstas: «Por el Imperio hacia Dios» «Ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan» «No hay que hablar de derechos, sino de deberes» El himno falangista «Cara al sol» es uno de los cantos nacionales de la nueva España, junto con la Marcha Real y el Oriamendi de los requetés.

Las «filiales» de la Falange son innumerables y abarcan todas las categorías sociales: los Flechas. y Pelayos para los niños, el Frente de Juventudes para los jóvenes, la Sección Femenina para las mujeres, Auxilio Social para la beneficencia, el Sindicato Español Universitario para los estudiantes, Educación y Descanso para los trabajadores, las Hermandades de Labradores para los campesinos, y, para los obreros y los patronos, los Sindicatos Verticales, cuyo conjunto constituye la Central Nacional Sindicalista.

La doctrina de la Falange se resume en tres palabras, que figuran además en el escudo español: «Una, Grande, Libre.» «Una» significa la condenación de los nacionalismos locales. «Todo separatismo es un crimen que no perdonaremos», precisa la Falange, pensando especialmente en los catalanes y en los vascos. «Grande» en el sentido de fiel a la tradición histórica. «Libre», dentro, por supuesto, del nuevo orden español. Pero el programa de la Falange se va suavizando al correr de los años.

El ejército nacionalista ha ganado la guerra. No es, pues, de extrañar que sea el gran favorito del régimen. Todos los puestos importantes administración, policía, gobiernos provinciales son asignados a militares o «asimilados», como los falangistas. Durante el período de la guerra mundial permanece en filas casi toda la juventud y se mantiene el «estado de alarma» en las fronteras.

Forman el ejército no sólo los militares movilizados o voluntarios, sino también los innumerables auxiliares del orden. Entre el final de la guerra española y el del conflicto de 1939-1945, la parte principal de la población española incluidos los ministros llevan uniforme. Se comprende que los jóvenes desorientados, huérfanos y sin posición ni empleo se sintieran atraídos por la carrera de las armas, que les ofrecía prestigio y seguridad.

Muchos campesinos abandonan la mancera y muchos obreros renuncian a la fábrica para enrolarse en el servicio. Además, nunca el ejército se mostró tan dócil y tan unido. No es de temer ningún «pronunciamiento». Fuera de Franco no hay salvación para el ejército español.