Navarra Dormita

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La situación de Navarra, entre Castilla, Aragón y los condados franceses, la destinaban fatalmente a las rivalidades de influencia. Navarra, provincia francesa durante cien años, recobra su independencia a mediados del siglo xiv. Dos Carlos se suceden en el trono: Carlos II el Malo y Carlos III el Noble.

El primero se distinguió por su política pérfida y torpe. Tuvo una muerte horrible. Para calentar la cama, pusieron en ella un brasero; se incendiaron las sábanas, las mantas y las cortinas, el príncipe sufrió horribles quemaduras y murió a los quince días de espantosos sufrimientos. Su hijo mereció plenamente el epíteto con que pasó a la Historia.

Monarca sin genio, pero íntegro y concienzudo, mantuvo relaciones cordiales con sus temibles vecinos y dio a sus súbditos una era de paz y de prosperidad. Descendiente de los Valois cuya huella conserva, humanista y letrado, rodeóse de franceses. Franceses fueron sus limosneros Pierre Gasrel Richard y Alexandre, así como su médico, Jean Molinier. Y tuvo por consejero y asesor al obispo de Bayona, Barthélémy.

Otorgó a la ciudad de Pamplona el llamado Privilegio de la Unión y se hizo construir en Olite, residencia de la corte, el famoso palacio de los reyes de Navarra. El principal cuidado de Carlos III el Noble fue preservar de la guerra su minúsculo reino pirenaico. Y mientras él vivió, lo consiguió. Tal fue la mayor gloria de este príncipe ilustrado, coleccionista de medallas y de manuscritos, constructor de palacios de estilo francés, cazador intrépido, caballero galante, amigo del arte y, sobre todo, hombre de paz.

No va a tardar Navarra en padecer terribles discordias interiores. Mas, por el momento, bajo la inteligente tutela de su rey, vive tranquila, en ese duermevela vigilante que debe a la prudencia de su rey.