Los Príncipes del Norte

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Los cristianos, estupefactos, aterrados por la fulminante campaña de los invasores árabes y beréberes, se refugian en las montañas. Cuentan sus efectivos y toman aliento. Durante unos cuantos años, intentan organizarse.

Los más decididos reclutan hombres entre los habitantes de los montes, los preparan y forman con ellos bandas armadas. Para mantenerlos, se ven obligados a hacer incursiones en los llanos ocupados por los musulmanes. Por el año 718, en una de estas salidas, Pelayo, uno de los capitanes cristianos, cae prisionero del enemigo, que le encarcela en Córdoba. Logra escapar y reunirse de nuevo con los cristianos, refugiados en los montes de Asturias.

Los musulmanes mandan un ejército para limpiar aquel nido de insurrectos. Pelayo, después de dejar a las mujeres, a los niños y a los ancianos en las cumbres de los montes para alejarlos del peligro, se encierra con sus soldados en la gruta de Covadonga, al este del monte Auseba, que domina un desfiladero. Por el fondo del valle discurre el Deva. Tan pronto como los árabes se meten en la garganta, los asturianos echan a rodar desde lo alto del monte grandes predruscos y los acribillan a flechazos.

Cuando los árabes se retiran en desorden, diezmados por las piedras y las flechas, estalla una gran tormenta. El Deva, convertido en verdadero río, arrastra en su crecida los restos del ejército moro. Cuentan que, durante mucho tiempo, cuando el Deva, crecido por las lluvias, roía sus riberas, arrastraba osamentas y restos de armaduras.

En el lugar del drama se levantó una capilla consagrada a Santa María de Covadonga, Nuestra Señora de las Batallas. Éste es el primer episodio de la Reconquista, poco después de la batalla del Guadalete.

Poco a poco se fueron formando núcleos de resistencia en el norte de España, en Vizcaya, en Navarra, en los montes de Aragón. Hacia el año 724, García Jiménez funda el minúsculo estado de Sobrarbe, futura provincia de Aragón. Alfonso I, llamado el Católico, yerno de Pelayo, establece en Oviedo la capital del reino de Asturias.

La España cristiana va ocupando sucesivamente las plazas fuertes de la línea del Duero: Astorga, León, Zamora, Salamanca, Segovia, Avila, Miranda, Desde estas posiciones emprenderá la conquista de Castilla. La frontera musulmana hace un gran arco de círculo: Coimbra, Coria, Talavera, Toledo, Guadalajara y Tudela. Separa las dos fronteras una zona neutral, que árabes y cristianos devastan periódicamente. A uno y otro lado de esta desolada no man’s land, los frágiles príncipes del Norte y los poderosos emires se observan mutuamente,

No ha transcurrido aún un cuarto de siglo, cuando ya se erige, frente a la España musulmana, la débil barrera de los principados católicos. Muralla en verdad muy endeble, pero que mantiene en España la presencia simbólica de la monarquía cristiana.

¿Por qué dejaron los árabes que subsistieran esos núcleos de resistencia? Porque tuvieron que hacer frente a una delicada crisis dinástica y, al mismo tiempo, defenderse de los beréberes, sus aliados de la víspera. Abd al-Rahman, de la familia de los Omeyas, que mandaba en Damasco el imperio árabe, fue destronado por un príncipe de la familia de los Abasidas.

El califa depuesto se refugió en España, se apoderó de Córdoba y sustituyó al abasida Yusuf. Esto dio origen a la ruptura entre el Oriente y el Occidente árabes, pues el futuro califa omeya de Córdoba no reconoció la autoridad del califa abasida de Damasco.

Veinte años antes del advenimiento de Abd al-Rahman, el 11 de octubre del 732, había tenido lugar en las afueras de Poitiers una batalla capital entre franceses y moros. Éstos habían devastado todo el país comprendido entre los Pirineos y el Garona y avanzaban a campo abierto en dirección al Loira, cuando les salió al paso el ejército formado a toda prisa por el príncipe franco Carlos, hijo de Pepino de Héristal y alcaide del palacio del rey Thierry.

Los moros eran más numerosos que los franceses, pero los franceses llevaban coraza y cota de malla. Además, iban armados con pesadas hachas y largas y afiladas espadas. Carlos aplastó a los moros como de un martillazo por lo que pasó a la historia con el nombre de Carlos Martel. Después, Pepino el Breve rechazó a las tropas sarracenas hasta los Alberos. Y Carlomagno, aprovechando las disensiones musulmanas, pasó los Pirineos.

Caían las ciudades como frutas maduras: Pamplona, Huesca, Gerona… Pero el impulso de las tropas francas se estrelló contra Zaragoza. Y hubieron de volver atrás. Al pasar el collado de Roncesvalies, la retaguardia del rey Carlos cayó en una emboscada. Los guerrilleros vascos infligieron una derrota total a Rolando y a sus compañeros. «En este combate fue muerto Rolando, gobernador de la marca de Bretaña…».

Los árabes reiteraron sus incursiones en el sur de Francia. Narbona y Carcasona sufrieron furiosos asaltos. Con el fin de oponer una barrera a la ofensiva musulmana, Carlomagno creó el reino de Aquitania. Los glacis navarros y catalanes completaron el sistema defensivo de los carolingios.

Acaba el siglo VIII. Ha traído casi simultáneamente a España las amarguras de la invasión y los pródromos de la Reconquista. Los francos están en Barcelona. El califa de Córdoba reconoce las fronteras hispánicas. Carlomagno, aliado con Harum al-Rachid, se erige en protector de los Santos Lugares y recibe de manos de León III la corona imperial de Occidente. España vuelve sus miradas hacia el Norte, nuevo centro de gravedad del mundo cristiano.