EL 24 de noviembre de 1504 muere en Medina Isabel la Católica. Deja heredera nominal del trono de Castilla a su hija, Juana la Loca, esposa de Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano de Austria. Prudentemente, Fernando ha dejado Castilla en manos de Cisneros hasta que sea mayor de edad su nieto, Carlos de Gante.
Y muere en 1516. Al año siguiente desembarca en Villaviciosa Carlos I de España. Dejemos ahora al César adolescente tiene diecisiete años adentrarse por los caminos asturianos. Ya volveremos a encontrarnos más adelante con su cara y su alma. Pero en este año 1500, que es el del nacimiento, en Gante, del futuro Carlos V, amanece en España el Siglo de Oro, edad gloriosa, prodigiosa llamarada cuyas chispas iluminan aún el cielo de Occidente.
Carlos V, Felipe II. Hay que separar por un momento de su imperio a estos emperadores marmóreos. Pero tampoco se puede olvidar, a lo largo de este período, a los dos Habsburgos. Como los caballeros del Greco, como los comensales del conde de Orgaz, están presentes en el primer plano del fresco del Siglo de Oro. Pero estos luchadores implacables, reyes absolutos de cuerpos y almas, no pudieron llegar al espíritu.
El Siglo de Oro no les debe nada, aparte el esplendor de sus victorias. La batalla de Lepanto es inseparable de Cervantes, y el autor del Quijote ¡un soldado raso! es más que don Juan de Austria. Este manantial de belleza brotó espontáneamente de lo más hondo del pueblo Fray Luis de Granada era hijo de una lavandera; Zurbarán, de una campesina.
Y mientras los reyes de la casa de Austria se esfuerzan por edificar un poderoso mundo ibérico, a imagen del Sacro Imperio Romano, clérigos, pintores y poetas crean un universo musical, espiritual y pictórico. El imperio de Carlos V se derrumbó. El de Cervantes y el del Greco permanecen tan jóvenes como el primer día.
Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús
Sombra y Luz de Erasmo en España