La política cambia…

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Después de más de un cuarto de siglo, Franco tiene en sus manos el destino de este reino sin rey, que es España. No hay que negar que ha tenido una suerte excepcional. En cada etapa de su carrera, militar y civil, se ha enfrentado con un peligro capaz por solo de hacerle fracasar: un disparo certero de un rifeño cuando sí combatía en Marruecos, la rivalidad de un general durante la guerra civil, la cólera de Hitler por haberse negado a que sus tropas atravesaran España, el boicot de los aliados al final de la guerra mundial, y, lograda la paz, el riesgo permanente de una revolución interna.

Franco ha sorteado todos estos peligros. Para ello ha contado, además de las Cortes, en las que la Iglesia está representada, con el ejército y la Falange, que ahora representa especialmente un papel de custodiadora de los principios en que se inspira el Movimiento. En su tiempo se creyó oportuno contar en los cuadros directivos del Régimen con el Opus Dei, el cual, como instituto secular de derecho pontificio, fue aprobado por la Santa Sede el 24 de febrero de 1947. con la finalidad de formar almas ejemplares, por la práctica de los mandamientos cristianos y los consejos evangélicos.

Se ha difundido por cerca de setenta países en los que controla doscientos cincuenta establecimientos entre institutos, colegios, residencias de estudiantes y centros culturales obreros. El Opus Dei, que nació en un barrio de Madrid el 2 de octubre de 1928, actualmente tiene su sede central en Roma. Pero esta asociación de fieles de esta forma se define a sí misma y precisa que no constituye una orden ni una congregación religiosa en diversas ocasiones se ha defendido de que sostuviera actitudes políticas.

El hecho de que a menudo se encuentren miembros del Opus en los altos cargos de la universidad, en el mundo de los negocios y hasta en el Consejo de Ministros, hay que interpretarlo como un testimonio de actividad consecuencia del espíritu apostólico más que de una connivencia secreta con el poder. López Rodó, ministro del Plan y miembro eminente de este instituto secular fundado por monseñor Escrivá de Balaguer, afirmó el día 17 de febrero de 1972 ante el Consejo Nacional del Movimiento: «Doy mi palabra de honor de que el Opus Dei no es un partido político.»

Pero Franco no es inmortal, y, cerca de sus ochenta años, ha preparado su sucesión. El Estado español, nacido del Movimiento, se ha convertido en un reino. Franco ha escogido su rey, no el pretendiente don Juan, hijo de Alfonso XIII, sino al nieto de éste, Juan Carlos, crecido y educado bajo su tutela.

Según el proceso institucional previsto por la Ley de Sucesión, Franco ha nombrado a Juan Carlos como su sucesor, después de haberlo aprobado las Cortes. El 23 de julio de 1969, Juan Carlos, convertido en «príncipe de España», prestó juramento de fidelidad al Jefe de Estado, a los principios del Movimiento y a las leyes fundamentales del reino. «Instauración, no restauración», ha precisado el Generalísimo.

Tres años después, una ley promulgada «por iniciativa del Jefe de Estado» estipulaba que, al iniciarse el proceso de sucesión del Caudillo, el vicepresidente en funciones del gobierno se convertiría en jefe del gobierno, y Juan Carlos ocuparía el trono.

En el orden internacional, el Régimen del general Franco se ha dedicado a reconsiderar su diplomacia. Miembro de la Organización de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad, España ha participado en organismos especializados de la ONU. Además, parece haber renunciado a desempeñar el papel de intermediario entre Europa y el mundo árabe. Resultaba tentador establecer un puente entre la cristiandad y el Islam, en el cual el Occidente tradicional, personificado por el general antaño vencedor del Rif, daba el beso de paz al Oriente musulmán.

La independencia de Marruecos ha malogrado este sueño de grandeza. Pero la particular condición que España representa ante los Estados árabes la convierte en su aliada natural en el concierto de potencias. A esto hay que añadir que el gobierno español se ha inclinado abiertamente hacia sus vecinos más próximos, con lo cual ha expresado su vivo deseo de entrar en la Comunidad Europea. Su ideología anticomunista no priva que mantenga relaciones comerciales y diplomáticas con la Europa del Este. En este tiempo, Francia se ha convertido en la amiga y compañera de España.

Desde hacía años se arrastraba un litigio franco-español. La visita del ministro Castiella a París, en abril de 1958, contribuyó a liquidarlo. Tres siglos después de la reunión de los negociadores de la Paz de los Pirineos, en la isla de los Faisanes, situada en el Bidasoa, los Pirineos han resultado de nuevo eficaces. Prueba de ello son los numerosos contactos habidos entre la Municipalité de París y los Ayuntamientos de Madrid y de Barcelona; las visitas, en 1969 y 1970, de los ministros Debré y Maurice Schumann; la venta a España de una central nuclear y de material militar francés; los acuerdos, militares también, entre España y el Estado Mayor francés, que junto con los que había firmado con los Estados Unidos y Portugal, aseguran su estrategia defensiva, lo mismo que los intercambios culturales, cada vez más ricos, corroboran la mutua voluntad de ambos países de acabar con las recíprocas enemistades que demasiado tiempo habían durado.

Un mismo deseo de amigable colaboración ha guiado a la diplomacia española a fortalecer sus lazos con los Estados Unidos muy interesados en vincular estrechamente a la península Ibérica a su sistema estratégico y con la América latina, depositaria de la Hispanidad. Y los economistas de Madrid han «prospeccionado» hasta el África negra. Por último, el ingreso de España en los organismos internacionales dedicados a las investigaciones atómicas le ha otorgado un puesto importante entre las naciones «nucleares».

España y el Euratom… Esto nos hace pensar en el poeta caminante por los campos de Castilla la Vieja. Nada ha cambiado aún en el legendario paisaje. Dijérase que esas vastas llanuras bañadas de luz medieval, decoradas de ruinas extrañas, ahítas de campos de batalla, repujadas de santuarios, se prolongan hasta el mar. Ni un rumor. Ni un ser viviente. De tarde en tarde, una vieja ciudad qué parece dormida en un azul densísimo.

Una ciudad que es un nombre. Avila? Teresa de Jesús. ¿Madrigal de las Altas Torres? Isabel la Católica. ¿Vivar? El Cid. ¿Cómo pensar, sin que a uno se le encoja el corazón, en los bulldozers ensordecedores que despanzurrarían ese desierto de fuego de donde salieron los héroes de la Reconquista y de la Conquista? ¿Es posible que en ese noble solar donde tremola el calor del mediodía el solar donde se forjó el Imperio de los hombres y el Reino de Dios se levanten un día las silbantes torres de las fábricas atómicas? ¡Ah, respirar por última vez ese aire casi mongólico!… Pero las añoranzas de los poetas nunca llegaron a cambiar el curso de la Historia.

Puerto de Alcudia (Mallorca), julio de 1957. París, enero de 1959. Cantelauze (Lot), 4 agosto de 1967. Paris, 15 diciembre de 1972.