La Jornada de los tres Reyes

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La batalla de Alarcos es la última victoria almohade en España. A impulso de Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y fundador de la catedral, se forma un formidable ejército para acabar definitivamente con la dominación almohade.

Castilla, Aragón y Navarra se unen. Desde Francia, Italia y Alemania afluyen tropas a Toledo. El papa Inocencio III patrocina la cruzada española. El inmenso cuerpo expedicionario se pone en marcha bajo el triple mando de Pedro II de Aragón, Sancho V de Navarra y Alfonso VIII de Castilla, coligados para la causa de Cristo.

Después de atravesar Sierra Morena, no lejos del desfiladero de Despeñaperros, el ejército cristiano se lanza al asalto de las posiciones musulmanas. Yacub, sentado sobre un escudo, envuelto en el albornoz negro que había llevado Abd al-Mumin, ceñida la frente con el turbante verde, observa la batalla. Los caballeros españoles, acorazados de hierro, rompen las líneas almohades, erizadas de picas.

Navarros y castellanos abren camino al resto del ejército, que irrumpe en los llanos andaluces. Es la desbandada en el campo musulmán. El emir Yacub huye veloz hacia Baeza, abandonando en manos de los vencedores el estandarte califal con estrellas de oro. Alfonso lo colgará de las bóvedas de la catedral de Toledo.

En el lugar mismo de la acción, Las Navas de Tolosa, los ejércitos victoriosos entonan un Tedéum. Y así se fusionan simbólicamente, en la oración y en la gratitud, las voces navarras, castellanas, aragonesas y también las de los caballeros de Aquitania. La Iglesia conmemora todos los años, con el nombre de Triunfo de la Cruz, el resonante hecho de la jornada del 16 de julio de 1212.

Los soldados, ebrios aún de sangre, los tres reyes inmóviles en sus caballos, ese viento impregnado de efluvios putrefactos que levanta la banda de los príncipes y la estola dorada de los sacerdotes, los cadáveres que se cuecen al sol canicular y ese canto coral indefinible componen un cuadro salvaje y grandioso sobre el cual se destaca la Cruz de Dios Vivo clavada en la tierra ensangrentada.