Para entender el misticismo cristiano es preciso ante todo penetrar en el mundo de la Gracia.
Y el que considere a los místicos únicamente desde el punto de vista clínico no verá más que uno de los aspectos del problema no de los menos interesantes, desde luego, pero no el esencial, Cierto que la histeria religiosa y todos los accidentes nerviosos que de ella se derivan entran en el campo de la patología y se tratan médicamente, por más que, según la opinión de los neurólogos más autorizados, las psiconeurosis son difíciles de definir, pues no se las puede considerar ni como enfermedades, ni como afecciones, ni como síndromes.
En todo caso, entran en el campo fisiológico. El hecho y el estado místicos se salen de la investigación médica. Hay que estudiarlos a la luz de la fe. Para evitar toda confusión, es necesario eliminar a los alucinados, a los simuladores, a los neurópatas caracterizados, a los falsos místicos en una palabra, y hay que ir derechamente a los grandes maestros.
No estuvieron, ciertamente, exentos de síntomas morbosos y de trastornos nerviosos. Pero su genio está precisamente en llegar al mundo supremo del espíritu por encima de las miserias físicas.
¿Qué es, pues, el misticismo? ¿Qué significa la palabra «mística»? Para los médicos, un místico es un enfermo cuyos trastornos toman un cariz religioso. Para los literatos, el místico es un idealista apasionado, incapaz de explicar claramente las razones de su ideal.
Para los filósofos, los místicos son todos los ascetas, cristianos, budistas o musulmanes, cuando manifiestan un vivo sentimiento religioso y el deseo de unirse con Dios. Para los católicos, el místico es un apasionado de la fe y el misticismo es, en primer término, una doctrina, y después una experiencia personal que saca sus materiales de esta misma doctrina y de la vida. ¿Medios de esta experiencia?
Pasar por los tres grados del estado místico. La vía purgativa tiende a la supresión de los estados exteriores y a la «purga» de emociones y de sentimientos. Hay que desprenderse totalmente de todo lo que nos ata a la vida terrenal, hacer el vacío en torno a nosotros, matar la voluntad propia y la imaginación. La vía iluminativa es rigurosa y nos acerca al fin de la experiencia, que es no sólo contemplar a Dios, sino unirse e identificarse con él, pasando por la vía unitiva. ¡Meta inconmensurable que muchos intentan pero que pocos alcanzan!.
El verdadero místico es el que se vence a sí mismo. Caminará mucho tiempo en la Noche. Aplastará las sensaciones y las imágenes. Renunciará a todo, incluso a los éxtasis y a las visiones. Más que a los impulsos de su corazón, obedecerá a esa intuición misteriosa conocimiento y certidumbre de Dios sin relación con las bobas representaciones de los devotos. El místico, para alcanzar su fin, ha de tener el espíritu y el amor de la conquista, una cabeza fría y una razón bien firme, prudencia, heroísmo y fuerza.
Ha de encontrar, en la extrema y más aguda punta de sí mismo, en los hondones del subconsciente, esa tendencia hacia Dios, ese hilo secreto que le conducirá hasta Él. Esto no tiene nada que ver con la sospechosa exaltación de los seudomísticos. Pues la experiencia interior de los verdaderos místicos se apoya en la personalidad moral, ese «yo profundo» que el psicólogo inglés Myers comparaba con un iceberg, sumergido, en su mayor parte, en el océano de la inconsciencia, pero cuya parte superior, irisada por los rayos del sol, responde a la conciencia clara. Ese «yo» lúcido, que un filósofo ateo llamaba «el claroscuro de nuestras actividades atávicas», no puede ser el yo de un demente.
Trabajo altivo y solitario, expansión y repliegue a un tiempo, intención inteligente que no excluye ni la acción, ni el sentido de lo humano, ni la generosidad. ¡Qué realizadores más fecundos Teresa de Ávila y Juan de la Cruz! ¡Y qué mirada tan tierna burlona a veces a los hombres!
Los grandes místicos son lógicos y creadores. Para ellos, el éxtasis no se puede limitar a una quietud deliciosa. Hacen de él un sistema que desarrollan con casi matemático rigor y cuyo fin es esencialmente práctico.
Para apreciar hasta qué punto supieron los místicos conciliar la contemplación y la acción, basta verlos vivir….