Isidoro de Sevilla fue el prelado más eminente de la Iglesia española de la época visigótica. Hermano de San Leandro, sucedió a éste en la sede metropolitana de la Bética. Su obra abarca todos los campos de la ciencia, desde la liturgia hasta la economía doméstica.
Sus Etimologías, que formaban no menos de veinte volúmenes, son como la suma de los conocimientos de la época. Su finalidad era vulgarizar en España la enseñanza de la escuela de Alejandría, a la que, más tarde, aporta un complemento decisivo la lectura de las recopilaciones griegas.
El genio de Isidoro está en haber iniciado a las mentes en nociones totalmente nuevas, en las ciencias exactas, en el razonamiento matemático. Mil años antes de Newton, el obispo sevillano enseña a sus discípulos que la tierra gira alrededor del sol. Y, en su intento de dar una explicación clara del número, inventa los principios de la numeración decimal.
Refiérese que, pocos días antes de nacer Isidoro, estuvo revoloteando sobre su cuna un enjambre de abejas, presagio de elocuencia. Y se cuenta también que, durante sus primeros años, mostró escasas aptitudes para las letras y que un día, desesperado por la severidad de su maestro, se escapó de casa de su padre y anduvo errante por el campo; detúvose junto a un pozo cuyo brocal de mármol estaba desgastado por el roce de la cuerda, que, al cabo de los tiempos, había producido una ranura.
Este hecho impresionó al fugitivo y le convenció de que la perseverancia logra vencer todos los obstáculos. Volvió a la casa paterna y llegó a ser el hombre más sabio de su época. Durante mucho tiempo se enseñaba en la iglesia sevillana de San Isidoro el brocal de mármol que determinó la vocación del joven estudiante.
Isidoro fue algo más que «el estudiante aventajados o el pozo de ciencias cuya insípida imagen han fijado los manuales edificantes. No un compilador, un sabio. También un hombre de acción. En los cuarenta años de obispado en Sevilla no cesó de batallar. Presidió el IV concilio de Toledo y dirigió en el mismo los debates con mano de hierro.
Sisenando fue rey gracias a él. Su prestigio ejercía gran influencia sobre los reyes godos. Su saber, su autoridad pasmaban a aquellos príncipes ignaros. Humanista y jefe, dio fuerza y realidad a la idea de patria española. En su prólogo de la Historia de los godos se lee este bello apóstrofe:
«¡Oh España, eres la más hermosa de cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la India! ¡Tierra bendita y afortunada en tus príncipes, madre de muchos pueblos! Eres la reina de todas las provincias. De ti reciben la luz Oriente y Occidente.»
Inventor del nacionalismo español, quiso Isidoro que este nacionalismo fuera cristiano. Al cristianismo, encarnado por Isidoro, debió la España de entonces sus cuadros instruidos. Sin hombres selectos no hay patria. El obispo de Sevilla suscitó y formó esos hombres selectos.
Y el resultado fue un acusado renacimiento de la cultura, bebida en las fuentes de la herencia greco-latina y oriental y perfectamente adaptada a Occidente. «Nada más vergonzoso escribe Isidoro que la ignorancia, pues engendra el error y alimenta el vicio.>> Aclararemos que, aunque este prodigioso enciclopedista estudió geometría, astronomía y hasta arquitectura y artes navales, entendía por ciencia la gramática y la doctrina sagrada. Prescribía ante todo a sus clérigos el conocimiento de los Libros Sagrados.
La Iglesia de Toledo, con sus obispos, Eugenio, Ildefonso y Julián, era famosa por haber elevado a gran altura el cultivo de las bellas letras y el estudio de la teología. La curiosidad de estos jóvenes prelados abarcaba todos los dominios: poesía, historia, liturgia. El relato que hizo Julián de la expedición de Vamba a Septimania es un verdadero reportaje. Y la defensa hecha por Ildefonso de la virginidad de María es, por la ingenua frescura de algunos pasajes, como un anticipo de las Fioretti.
Escuelas, escritores, bibliotecas… Así se va creando poco a poco una aristocracia de la inteligencia que no tarda en imponerse a la corte. Este creciente poderío del espíritu rebasará y subordinará al de los reyes visigodos. Conservarán la corona mientras viva Isidoro de Sevilla, mientras resuene en los concilios el eco de su voz tonante.