Ascesis, yoga y psiconeurosis

0
18

La Iglesia católica, aunque trató bastante mal a San Juan de la Cruz mientras vivió, no tardó en reivindicarlo como suyo. Lo mismo ocurrió con las confesiones reformadas, que se descubrieron innegables y profundas afinidades con él.

¿No son acaso protestantes los autores que más profundamente han penetrado en el pensamiento sanjuanista? Pero San Juan de la Cruz no ha apasionado únicamente a los cristianos más selectos, ni se ha quedado en inspirar curiosidad a los filósofos laicos: hasta los médicos yogis lo han hecho suyo.

Los médicos han estudiado minuciosamente los estados místicos, desde el estado de tibieza, que da «ganas de vomitar», hasta la acedía, que se insinúa en los conventos hacia el mediodía «el demonio del mediodía» y que se caracteriza por una especie de languidez melancólica a la que los místicos españoles han dado el expresivo nombre de secura, sequía.

Este estado de depresión abre el camino a las obsesiones, que los escrupulosos llaman tentaciones, perfectamente definidas en la Imitación de Cristo: «Lo primero, surge en el espíritu un simple pensamiento, después una imagen muy viva, después una delectación y el consentimiento. De este modo va el enemigo invadiendo poco a poco el alma, cuando no se ha resistido desde el principio.» Después es un sentimiento extraño.

El místico se siente ligero, inmaterial, como flotante, sin sentir el suelo bajo sus pies, como en levitación sobre la tierra. ¡Y esa ilusión ya conocida, ya oída! Pues San Juan de la Cruz sabe distinguir las visiones exteriores debidas a alucinaciones psicosensoriales, las visiones imaginarias sin fundamento y las visiones intelectuales, que son los conocimientos intuitivos de las formas sensibles. Y el mismo Juan de la Cruz pone también en guardia a sus discípulos contra un peligro que «no se atreve a decir su nombre»: el de confundir el éxtasis místico con la voluptuosidad física.

El es confesor y fue enfermero varios años. Esto le autoriza a abordar con autoridad el problema. La crudeza de los términos que emplea al dirigirse a los novicios no deja ninguna ambigüedad. Les explica que, a veces, incluso durante los ejercicios espirituales, se producen involuntariamente en la sensualidad impulsos y actos vergonzosos. ¿Por qué? Porque mientras el espíritu se mueve hacia el gozo de Dios, la sensualidad se mueve hacia el placer sensual. Y, además, el demonio se recrea en relajar la oración y perturbarla con visiones muy feas y vergonzosas.

Si estos tormentos caen en temperamentos melancólicos, son más violentos. Y el temor que inspiran a los escrupulosos les da más fuerza aún. ¡Cuán dignas de lástima son esas naturalezas tiernas y endebles cuya emoción toma una forma sensual! Sobre la oración se impone el espíritu de lujuria, que los embriaga de tal suerte que están como empantanados en el goce del vicio, hasta el punto de que a veces se notan ciertas ignominias y actos rebeldes. Juan de la Cruz no se espanta.

Es que se revuelven «los humores y la sangre». Mucho antes de las teorías modernas sobre las relaciones de la libido y de la ansiedad, sin tener ni idea de lo que podían ser las relaciones del neumogástrico con el erector sacro, el carmelita de Segovia hablaba como un sagacísimo clínico. Admitía la emisión seminal involuntaria y la consideraba, más que como un sacerdote, como un médico. Era para él un accidente físico que convenía cuidar metódicamente. Pues, para recibir a Dios, es indispensable la purificación total.

Más sorprendente aún que el testimonio de los médicos es el de los filósofos indios. Según los tratadistas de las religiones de la India, la Noche oscura de San Juan de la Cruz es comparable al Ashtanga Yoga de Patanjali. Y pueden afirmarlo así apoyándose en esta frase del carmelita español: «Y ésta es la noche espiritual que arriba llamamos activa; porque el alma hace lo que es de su parte para entrar en ella.»

Esto borra la discrepancia entre el yoga y la ascesis cristiana. A pesar del pecado original, el alma puede elevarse, si quiere, a condición de pasar pronto de la vía activa a la vía pasiva. Entonces se produce el completo renunciamiento, preludio de la unión con Dios, que viene a ser lo que los yogis llaman el savikal pasamabdi.

Y aquí encajan las palabras de uno de los maestros espirituales de la India meridional, uno de los Granda Alwars: «El alma debe ser como un bloque de mármol en manos de un escultor». Según la teología mística, la vida espiritual pasa por tres grados. El primero  la vía purgativa corresponde al Yama-Niyama; el segundo la vía contemplativa, a lo que se llama Pratyabara Dharana; el tercero la vía unitiva tiene su equivalente en la última manifestación del yoga.

Bien es cierto que los filósofos de Occidente no están todos de acuerdo en cuanto a la interpretación del yoga. ¿Se limita el esfuerzo espiritual a reducir la mente a la inmovilidad? Si es así, ¿para qué sirve este suicidio mental? En realidad, el segundo sutra de Patanjali no es un fin en sí mismo, sino la vía de acceso al tercer sutra, concebido así: «Entonces, el vidente, „el purascha“, reside en su estado propio.» Lo que significa que la última etapa de la vida espiritual, o sea la unión del alma con Dios, es esencialmente activa.

En ella coinciden yogis y ascetas cristianos. Las técnicas son semejantes, y a veces lo son hasta las palabras en sus mutuas traducciones. Por esta coincidencia aparentemente insólita del Rojayoga indio y el misticismo español, han podido decir los filósofos de Asia que San Juan de la Cruz era el Patanjali de Occidente.